viernes, 25 de noviembre de 2011

El Limonar de Ceura

CRISTO RAFAEL GARCÍA TAPIA



Volví por estas tierras para ver a Lucía Inciarte, mi amiga wayuu de Ceura, una ranchería en la que pastan desde el primer día del mundo manadas de chivos y crecen hasta el cielo los legendarios cardones que cantara Leandro Díaz.

Volví para avizorar la tarde cuando empieza a desplomarse sobre ella el sol y en instantes la sepulta entre sus destellos y el mar. Y un olor penetrante de limoneros en flor que turba la prima noche de pájaros y animales de monte con sus fragancias acidas y sus efluvios de surtidores del desierto.

Es el perfume del “árbol de las manzanas de oro” que por cientos y cientos cultivan en su heredad Lucía Inciarte y Fanny Iguarán, su hija, dos guajiras de la más pura estirpe y manos prodigiosas y fértiles que hacen crecer y abundar el pancoger y el limonero en la canícula sin fin de aquella posesión.

Como crecen y abundan los arrozales en las ciénagas del Ranchería, Badillo, La Mojana y el Sinú. Y la caña de azúcar en los almibarados valles del Cauca. Y la papa en Nariño y Boyacá y el café en Caldas, Risaralda y Quindío y el tabaco en Ovejas, Colosó y Carmen de Bolívar.

Pero más allá de la poesía que inspira la amistad, el paisaje guajiro y los chivos que pastan perennes en la extensión sin límites de aquellos parajes, cuanto me deparó esta tarde en Ceura fue la comprobación irrefutable de la potencia interior que tienen los humanos para ser forjadores irreemplazables de su destino.

Y más, si las condiciones que nos opone la naturaleza demandan creatividad, destrezas y habilidades para transformar en benéfico y próspero el territorio que hará posible la búsqueda y encuentro de ese destino de grandeza.

Nada diferente de eso, es lo que cada día de su vida hace Lucía Inciarte: tejer con sus manos prodigiosas, con su corazón y su inteligencia, el destino de una vida digna para ella, su familia y su comunidad wayuu de Ceura, la ranchería que Toshe Tiller, el abuelo trashumante, un día estableció a la vera de uno de los tantos caminos entre Riohacha y Maicao para que fuera la morada perpetua de su clan y en ella encontrara su descendencia hasta el fin de los tiempos el agua que los vientos malos se llevaban para otra parte y el alimento que el desierto convertía en piedra y arena.

Y desde entonces y para siempre, como lo quería el abuelo, en Ceura se plantó y multiplicó su descendencia como se multiplicaron los primeros chivos, germinaron nuevos árboles y el agua brotó de la laguna que Toshe Tiller había soñado una noche de plenilunio en la aridez eterna de aquellos dominios en los que apacentaba su ganado y avizoraba el porvenir.

De aquel sueño, es heredera Lucía Inciarte. Y por ese sueño lucha todos los días abriendo el surco, plantando el árbol, construyendo la escuela y el acueducto, fortaleciendo la unidad de su clan, edificando identidad colectiva para que el porvenir sea hoy y sus sueños el despertar en una vida digna y enaltecedora para los de su estirpe.

Cuanto uno espera de todo esto, es que un día de estos el gobernador de la Guajira, el alcalde de Riohacha y el ministro de Agricultura, conozcan el modelo de explotación agrícola de Lucia Inciarte y decidan promoverlo y apoyarlo para garantizar la seguridad alimentaria de los wayuu y mejorar sus condiciones de vida en todos los niveles.

Ojalá así ocurra.



*Poeta


elversionista@yahoo.es

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