domingo, 15 de abril de 2012

¿Cumplirà realmente el Gobernador con El Carmen de Bolìvar?


El gran problema que va a tener el Gobernador de Bolívar, Juan Carlos Gossaín, es dónde aterrizar.

Como candidato a la Gobernación de Bolívar, cual Barón Rojo (no por barón electoral liberal, sino por el aviador alemán así conocido) emprendió vuelo y se remontó a unas alturas que lo llevaron al Palacio de la Proclamación, y desde entonces se ha mantenido muy en alto:

Lidera la propuesta de un Tren de Integración Caribe, se mete en la Comisión Reguladora de Regalías como el representante de los departamentos no productores, liquida la Lotería de Bolívar, visita a todos sus gobernadores vecinos en señal de liderazgo Caribe, pelea de frente con todo lo que huela a antecesores, baila con Lucho Bermúdez en sus 100 años, comulga en las procesiones de Mompox en Semana Santa, promete agua para El Carmen de Bolívar, y anuncia obras para defender al sur de las inundaciones.

Las millas acumuladas –capital político- están casi intactas y por eso es percibido como un gobernante en pleno ejercicio –a diferencia del Alcalde de Cartagena, que todavía está enredado-, con cara de gobernante, aire de gobernante, herencia de gobernante y, también, mañas de gobernante: de esos que se rodean de cinco policías uniformados a toda hora, de los que se tornan incontactables por teléfono, escurridizos, quisquillosos, malhumorados (a veces de verdad, a veces por estrategia); de los que solo escuchan aplausos y cualquier otro sonido lo toman como declaración de guerra.

Un problema de volar tan alto es que muchos de los que le acompañan tienen, por decir lo menos, acrofobia.

Las famosas “Altas Consejerías” para lo divino y lo humano, que con tanto ahínco defendió, nunca despegaron –salvo un par de excepciones- y terminaron siendo lo que todos temían: orondas y costosas corbatas. Las mafias enquistadas en los procesos internos asociados a flujo de recursos o de nombramientos o de contratos, y a las cuales les declaró la guerra, o siguen allí silentes, o no eran mafias, o se convirtieron en monjas de la caridad, pero no se conocieron nuevas acciones para desterrarlas. En otras palabras, la Administración Departamental ha mostrado su inerte tendencia a actuar por arreones.

El Plan de Desarrollo “Bolívar Ganador”, cuya discusión se inicia, tiene todas las posibilidades de ser un hermoso adorno para los anaqueles de la Secretaría de Planeación, si no se toma como el gran instrumento político para el aterrizaje. El riesgo es que se torne en un documento soñador y no en la pista donde Gossaín pose en tierra su obra de gobierno. Cosas concretas exige la realidad del Departamento. Y para ejecutarlo requiere que el equipo de trabajo sea consistente.

Sin embargo, este etapa inicial de gobierno en Bolívar ha permitido inferir que Gossaín será un gobernador con mandato, brioso en la defensa de sus planes, obstinado incluso; que no permitirá que Bolívar regrese a la inestabilidad de los últimos cuatro años (con tres gobernadores); práctico en sus relaciones políticas con la Asamblea, y que a todas luces pretenderá dejar huella, convertirse en un gobernador de época. Pero los pecados de la arrogancia, los afanes de la carpintería política, las ineficiencias o deslealtades de sus coequiperos, y la sed de venganza de sus adversarios, serán su gran amenaza.

Por eso cuando vemos a Gossaín aceptar ser el “Hijo Adoptivo” de un municipio (viejo estilo de lambonería provincial) es mejor aconsejarle: espere a que los grifos del agua tengan un servicio permanente y confiable, para que vea como la gente le agradecerá no tanto el haber volado tan alto, sino, sencillamente, el haber gobernado.



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