En San Jacinto, Bolivar, Jorge Quiroz ha dedicado casi la totalidad de su vida a consolidar y a proteger el Museo Comunitario de los Montes de María, del cual es su director. Museo que es un ejemplo del poder comunal y de la gestión valiente de su director.
El museo que hoy se halla situado en una amplia casa construida en 1909 en el marco de la plaza principal de San Jacinto, posee una amplia colección de objetos precolombinos dentro de los que se cuentan las piezas de cerámica más antiguas de América; el museo narra la historia de la región, pasando por los tiempos de los Zenúes y llegando a los famosos músicos quienes exponen allí su premio Grammy. Pero este museo, que actualmente no depende de vicisitudes políticas y que desde hace tiempo subsiste gracias a sus propios medios, no siempre fue así.
El museo comenzó, hace décadas, con una precaria exposición de algunas pocas piezas, montada por Jorge sobre tarimas empotradas en el marco de una puerta de la actual casa del museo. Eso era todo. Poco a poco, gracias a donaciones, a la concientización de los guaqueros de la región realizada durante años y a la generosidad de una comunidad con un sentido de identidad cultural sin parangón, la colección se fue ampliando, siempre bajo la gestión del director.
Sin embargo, tal como le ocurrió a muchos de los pobladores de los Montes de María, Jorge Quiroz también hubo de sufrir el exilio de la violencia. Por quince años estuvo fuera de San Jacinto: vivió algunos años en Indonesia, pasó por Ecuador, Paraguay, Emiratos Árabes y Estados Unidos. Pero en ninguno de estos sitios se adaptó completamente. Su camino había comenzado y debía continuar en San Jacinto.
Al volver, incluso antes de que fuese seguro hacerlo, del Museo Comunitario de los Montes de María poco quedaba. Empero, Jorge Quiroz conocía a su pueblo y a las gentes que contra viento y marea, a pesar de los muchos peligros, se habían quedado durante todos esos años; y quienes se quedaron salvaron de la depredación, como tesoros – como lo que verdaderamente son – las piezas invaluables del museo. Cuando Jorge volvió, la gente le aguardaba y una a una le fue devolviendo todo. No se perdió una sola pieza. Nadie se quedó con nada. Quince años después, el museo volvía a la vida gracias a la consciencia comunal, al arraigado sentido de pertenencia que va más allá de las coyunturas políticas, económicas o sociales, pero sobre todo, gracias al trabajo concienzudo y apasionado de Jorge y otros héroes de la cultura montemariana.
Hoy, la frente en alto de Jorge Quiroz luce despejada. Los nubarrones del pasado parecen haberse disipado. Su obra, la obra de toda una vida de sacrificio y dedicación, pero también de amor y pasión, continúa y continuará así él no esté: cada quince días, una tarde a la semana, en el amplio solar del museo y bajo la sombra de un frondoso mango, se sienta un abuelo del pueblo rodeado por muchos chiquillos. El abuelo cuenta a los niños que su alrededor se congregan la historia de su vida, del pueblo, de los Montes de María. Los niños escuchan embelesados. Jorge Quiroz tiene razones para ser optimista por el futuro.
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Twitter: jloanarchist
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