¿Qué va a pasar cuando los Estados Unidos, vía TLC, patenten el ñame y la mandioca?
¿Y el "cuatrofilo" y la berenjena? ¿Y el tomate y el pepinillo? ¿Y el ajonjolí y el tamarindo?
Probablemente no pase nada. O, tal vez sí. Algo así como que para volver a probar un bocado de blanca, caliente y harinosa yuca, acompañado de una buena "untada" de ajonjolí, haya que pagarle a un laboratorio norteamericano por el uso de la patente de aquel nativo tubérculo.
Para entonces, y el día no está lejano, los ñameros de San Juan Nepomuceno y San Jacinto, en los puros Montes de María la Alta, apenas si recordarán el tamaño, color y sabor de las farináceas cultivadas en las laderas de sus montes ancestrales.
En tanto los cultivadores de ajonjolí del Carmen de Bolívar dejaran de percibir en sus ranchos el olor inconfundible de la molienda de aquel minúsculo y grasoso grano, los plataneros de San Onofre y María la Baja, arrumados por la nostalgia de sus cosechas interminables, nunca jamás volverán a oír el canto de hartazgo de la oropéndola y el azulejo en sus platanales de otros tiempos.
Todo, plátano y ajonjolí, yuca y ñame, habrá sucumbido al viento arrasador de las patentes. A la embestida de los laboratorios americanos; a la patente de corso que les otorga el TLC.
Todo, el ñame de San Juan Nepo y San Jacinto, la yuca de Betulia, la berenjena de Las Palmas, el ajonjolí del Carmen de Bolívar, el cuatrofilo y el plátano de San Onofre y María la Baja, se reducirá a un código de barras; a un nombre registrado y restringido en su uso y consumo; a algo que ya no es de éste mundo ni volverá a pertenecerles a los desheredados de éste mundo. A quienes lo inventaron y civilizaron.
De eso se trata, y por su posición dominante en la mesa de negociaciones del Tratado de Libre Comercio, los voceros de Estados Unidos van a lograr, en beneficio de sus empresarios, que se les otorgue la merced de patentar los recursos genéticos de la región, plantas y animales, de Colombia, Perú y Ecuador, sus "socios" de ronda en Atlanta.
Sin consideraciones que puedan afectar sus intereses comerciales, la delegación encabezada por Regina Vargo ha ratificado el objetivo de los Estados Unidos: patentar plantas y animales; vale decir, "facilitar la protección y la patente para este tipo de materia".
Mientras Estados Unidos asume este punto de las patentes a los recursos genéticos como de "interés estratégico", Colombia apenas si esboza un "evitar en la medida de lo posible", que la arremetida de su "socio" nos despoje de nuestra flora y fauna.
Y terminemos, como tantas otras veces, sucumbiendo impunemente al interés imperial en desmedro de nuestra autonomía, dignidad y soberanía, ahora negociada por las ramas.
Si hay una legislación vigente en la Comunidad Andina de Naciones, CAN, que al decir de nuestros negociadores no permite que alguien pueda apropiarse de seres vivos, plantas y animales, no es menos cierto que el poder imperial no respeta razones de orden legal cuando de dar el zarpazo para imponer y defender sus intereses se trata.
Por tal, es pertinente dejar de lado ese temor característico de nuestros negociadores cuando de los Estados Unidos se trata y, con dignidad y altivez, plantear en igualdad de condiciones la conveniencia del interés nacional en temas que no admiten cesión de ninguna naturaleza.
Entre tanto, si hoy el TLC viene por las plantas y animales, mañana vendrá por los bancos, los seguros, las universidades, la ganadería, los textiles, el cemento, los supermercados, entre otros bienes susceptibles del "interés estratégico" de nuestro socio americano.
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