Tan definitivo ha sido el aporte de Flórez, que en el año 1998 la junta organizadora del Festival Nacional del Porro de San Pelayo (Córdoba), en vista de la necesidad de incluir el estilo del juglar en el certamen cultural, creó la modalidad Concurso de porro vocalizado con arreglo para música de cuerdas. Él ganó cuatro versiones consecutivas (la quinta la ganó uno de sus hijos).
El porro es un género musical producto del mestizaje entre el europeo que trajo algunos instrumentos de viento, el esclavo que puso en práctica el concepto del tambor y sus conocimientos rítmicos, y el indígena, que aportó las gaitas. Desde sus inicios, su mayor desarrollo se ha dado en las sabanas de los departamentos de Córdoba y Sucre (antiguo Bolívar Grande), pero hoy es ya un referente de identidad de la Región Caribe y del ser costeño.
Una convención de esta música había sido su presentación en esencia instrumental, que por exigencia de los espacios demasiado abiertos en los que se tocaba (corralejas, ruedas de fandangos, fiestas patronales o familiares), debía ser interpretado en bandas, con trompetas, clarinetes, trombones, bombardinos, redoblante, platillos y bombo. Los públicos, entonces, preferían, por gusto o imposición de la costumbre, el disfrute mediante la algarabía y el baile y no la observación de un cantante que, de por sí, narraría un hecho cuya comprensión estaría sujeta a la atención, la cual es muy dispersa en ese tipo de escenarios.
El estilo de Flórez, que se forja en los años 40 y 50 del Siglo XX, rompe con ese código establecido que daba cuenta de que el porro era solo instrumental, cantando las anécdotas de su pueblo y acompañándose él mismo de una guitarra, en una especie de lucha solitaria contra los demonios de la tradición, algo revolucionario en el Sinú, en donde las bandas eran sinónimo de baile. Se apartó de la convención en respuesta a la necesidad de contar lo que veía y vivía.
Al hacer un porro con letra, Pablito Flórez incluyó, de inmediato, el elemento humano en las temáticas del género, pues al contar una historia va relatando, a la vez, la relación de ésta con el mundo cercano, algo que, por obvias razones, integra más a una comunidad. Y en el caso del juglar del Sinú se dio aún más, y aún se da, porque muchas de sus composiciones son personificadas empezando por los títulos: Juan Almanza, María Marzola, Martínez Banda, Ciénaga de Oro, El Negro Mestra, Nancho Bedoya, Compae Rafa, por nombrar solo algunas. Eso, en un pueblo en donde todos se conocen, despierta mayor interés.
Con el porro cantado Flórez introduce e impone, también, varias prácticas de las que el género en Córdoba carecía, salvo contadas y aisladas excepciones, como es el homenaje a los amigos, la exaltación de la belleza femenina, la narración de hechos que son noticia por lo insólito, lo curioso, lo dramático, la valentía de un mantero, los recuerdos de un amor. Así se convierte Pablito Flórez en la voz del porro, en la figura que, mediante el canto, recupera la memoria histórica del Sinú. Pero sobre todo se convierte, en Córdoba, en el primer compositor del género que no exalta el poder representado en el ganadero o en el rico que paga para que le compongan una canción. Él, por el contrario, se centró desde un comienzo en los personajes anónimos que están al alcance de sus manos y a la vuelta de la esquina.
“Canción que no lleve un mensaje se queda estancada, eso es así de claro y así de sencillo. El vallenato habla del Cesar, de sus mujeres, de sus hombres, que es lo que yo hago cuando compongo mis porros, por eso mi música camina. Eso pasa con la canción mexicana, que habla de la belleza de los ríos, de los cerros, de los buenos y los malos amores, de la familia. Hay porros compuestos antes que los míos que le han dado la vuelta al mundo porque, entre otras cosas, cayeron en manos de mentes privilegiadas como la de Lucho Bermúdez, que hizo Carmen de Bolívar. Ese porro, cantado por Matilde Díaz, se ha paseado con éxito por todo el planeta. Por eso yo propongo que al porro se le ponga letra, para que diga algo.
¡Qué no caminó la cumbia La pollera colorá! Anduvo por la letra, si la hubieran hecho con solo pitos no hubiese caminado tanto. El hecho de que un porro tenga letra no impide que una banda lo toque en una corraleja, me da pena con los que piensan así, pero no estoy de acuerdo con ellos», explica el maestro.
Con sus creaciones musicales e interpretación, Flórez ha contribuido a la formación de la identidad del hombre de la Región Caribe. Él es un auténtico costeño, nacido cerca del río y del mar, entre montañas, bajo el inclemente sol, rodeado de sucesos que parecen mentira, y en donde el amor y el apego por la familia son incalculables.
«El porro es lo que son mis coterráneos, sabe a ciénaga, a río, a mar, a caminos viejos, a barro, a pájaros, a comida. El porro es el dueño del Sinú y de las sabanas. También sabe a fiesta y a toro», expresa el juglar.
Pablito Flórez elabora sus porros con la multiplicidad de aconteceres que le rodean. Sus canciones, en esencia, son crónicas cantadas que hacen las veces de un periódico.
Bebiendo de estas fuentes artísticas, Flórez le da a sus creaciones la misma importancia que a las letras les dan los cantautores de boleros o sones cubanos.
Sin embargo, tocado este punto vale la pena resaltar que Pablito Flórez niega que los trabajadores cubanos que contrataron en el ingenio azucarero de Berástegui, en Ciénaga de Oro, hayan contribuido, con la música que trajeron de la isla, en su formación artística.
“A mí mucha gente me dice que mi estilo, que tiene mucho de cubano, cosa que es cierta, se forma gracias a los músicos de la isla que vinieron a trabajar al ingenio azucarero. También me dicen que como ellos trajeron mucha música de su país para escuchar en sus parrandas por allí fue generándose una influencia. Yo he dicho siempre que eso es completamente falso”, explica el maestro Flórez.
Pablito Flórez le compone al vaquero que con la fuerza de sus brazos y precisión con el lazo domina al ganado; a la mujer de cabaret que lo enamora, lo ama un tiempo y luego se va a recorrer caminos dejándole el corazón destrozado; a la gastronomía de la región, las comidas que tanto le gustan a él y a todos los habitantes de las comunidades que lo rodean; a la campesina que todas las mañanas va en burro desde la parcela hasta el mercado del pueblo a vender el fruto de su tierra; a las viejas costumbres que la modernidad desplazó para darle paso a nuevas formas; a la creciente de los arroyos que servían al campesino; a la mujer que fue de fiesta en fiesta bailando como ella solo sabía hacer, con maestría y elegancia.
Pero a pesar de ser un cantor de costumbres, el último juglar del Sinú consideraba que son inevitables los cambios en el folclor, y no los veía con escándalo, como sí lo han hecho colegas suyos de otras regiones, el hecho de que a porro y a la música se le hagan adaptaciones.
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