La palabra "colombianada" es uno de esos neologismos que la internet ha puesto de moda.
No aparece en el diccionario oficial de la lengua española pero todos sabemos lo que significa: un hecho fundamentalmente cómico o raro, tan nuestro como la ruana y el sombrero vueltiao: algo único que, para mal o para bien, no podría florecer sino en nuestro suelo.
A menudo, la "colombianada" es una mofa risueña del hombre al hambre.
Por ejemplo, el taburete en el paradero de buses de Sabanalarga, Atlántico, bajo un letrero que reza: "a 200 barras la sentada".
O el curioso local que queda ubicado frente al Colegio Palestina, de Bogotá: "expurgada de piojos y liendres en media hora".
O el baño público de El Carmen de Bolívar en el que aparece el siguiente aviso: "orinada, $200. Con peo, $300".
La "colombianada" es, a ratos, una superstición singular: el amuleto en la manita del bebé recién nacido dizque para protegerlo del "mal de ojo".
O la penca de sábila colgada detrás de la puerta como talismán para garantizar la prosperidad.
Están también, desde luego, las recetas caseras insólitas que se propagan de boca en boca: orinar sobre tizones prendidos para combatir la enuresis nocturna, o tomar agua de apio en ayunas para bajar de peso.
Y ni hablar de los nombres socarrones que muchas personas les ponen a sus negocios: en Cúcuta hay un motel para enamorados que se llama "El reposo del guerrero", y en Bogotá una tienda de licores que se llama "La cirrosis".
Capítulo aparte merecen los malabares que inventan los pobres para hacer rendir sus exiguos recursos: la ensalada rusa con galletas de soda que reparte la gente en las fiestas populares de Barranquilla, y que misteriosamente deja satisfechos a los familiares, a los vecinos, a los invitados y a la inmensa horda de intrusos.
La costumbre de convertir los tarros desocupados de avena en jarrones para el jugo o en cofres para el tocador. El hábito de partir las servilletas de papel en cuatro partes, cada una de las cuales es un retazo transparente que escasamente le alcanza a uno para limpiarse las uñas.
Por ahí derecho se llega a las muchas "colombianadas" incorporadas ya al paisaje cotidiano, las cuales podrían servirle a cualquier europeo despistado que aterrizara ahora mismo en nuestro país, para saber al rompe que no se encuentra ni en Praga ni en Kyoto: los zapatos estropeados colgados en los cables de la energía, o las misceláneas más absurdas del mundo, como esta de Cartagena: "Videopollos el Charlie, lo máximo en películas y en pechugas".
El país de las "colombianadas" conserva intactas sus ilusiones y sabe reírse de sus desventuras. Forja el humor con el corazón, no con el intelecto.
Hay muchísimas naciones boyantes donde los trigales son más fructíferos que los nuestros. Pero esta es la tierra que nos hace vibrar el pecho.
Con su subdesarrollo, con sus locuras. Séneca solía decirlo mejor que yo: nadie ama a su patria porque es grande, sino porque es suya.
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