Tengo intacto el recuerdo que se hizo mio gracias a la historia que me contaron mis padres, cuando por primera vez un hombre pidió el permiso a mi abuela materna para que su hija bailara una pieza de Lucho Bermúdez, así que la primera vez que supe del maestro y escuché su música, lo hice a través de la voz de mi madre.
Un día un sonido de madera que escuchaba en televisión cautivó mi atención: alguien dirigía una orquesta con un clarinete en vez de batuta. Quedé encantada con su manera de tocar el clarinete, como si llorara o riera antes de llegar a cada nota, luego prolongaba ese sonido sin ningún temor al paso del tiempo para dejarlo concluir en una típica cadencia sabanera de colores nuevos. Yo me preguntaba cómo era posible que tan solo una nota pudiera tener tantos visos, gamas y tintes, para responder a mi pregunta trataba de sumergirme en su música cerrando los ojos. Desde entones, es la manera como suelo escuchar la música que me hace vibrar.
Fue Lucho Bermúdez quien despertó mi inquietud por descubrir las entrañas del canto negro del caribe, también fue quien alimento mi pasión por la danza, como una manera instintiva de escuchar su música, por él comprendí que la música es un lenguaje universal.
Lucho puso en comunicación a la música del caribe no sólo con otras regiones de Colombia sino también con el mundo entero, en un momento donde el ícono musical de lo colombiano estaba demasiado centralizado. Él introdujo poco a poco el sonido del caribe hasta lograr ponerlo en un nivel muy alto, reivindicando la música de gaita, el porro y la cumbia, logrando un estilo único y un sello imborrable que además fue documentado y hoy es un material invaluable.
Siempre he dicho que la Música moderna es aquella que no pasa de moda, es atemporal, jamás suena anacrónica, y así Lucho no suene hoy en la radio, su sonido sigue estando presente como parte del ADN de cada Colombiano. Para mi Lucho Bermúdez es el compositor más importante de Colombia, es nuestro Lecuona, nuestro Villa Lobos, nuestro Piazzola; entendía las relaciones entre lo académico y lo popular, lo local y lo universal, conocía los instrumentos porque todos los tocaba, y cuando se trataba de la voz, sabía perféctamente el registro donde los cantantes sienten que su instrumento fluye como el agua. Lucho es para la música colombiana, lo que Gabriel García Márquez a la literatura.
Me pregunto si algún día las academias musicales tendrán en cuenta su legado, pues para un colombiano debe ser tan importante estudiar a Lucho Bermúdez como estudiar a Bach, o a Beethoven, si se tiene en cuenta que la obra de Lucho Bermúdez es música elaborada es “música erudita” que, además, puede ser comprendida por el pueblo.
Sólo sabiendo de donde venimos sabremos para dónde vamos y Lucho es parte de nuestra historia, por eso me hubiera gustado conocerlo, haber conversado con él, saber que opinaba de mi manera de interpretarlo levemente influenciada por Matilde Díaz, su gran intérprete, a quien profesaba tanto respeto y admiración. Me consuelo con estudiar su música, como una manera de saber de qué material fue hecha su alma, y hoy me siento privilegiada de estar adelante de la orquesta que él nos dejó, haciendo realidad el sueño de cantar su música en la gran fiesta que se celebra por su natalicio en El Carmen de Bolívar. En esta maravillosa experiencia de ensayos, de poder ir al museo en el que quedó convertida la casa de su hija Patricia y de realizar conciertos con la orquesta, evoco el dicho que para este caso en particular se vuelve realidad: “Todo tiempo pasado fue mejor”, aquella época donde lo que se oía era lo que sonaba en vivo, donde la labor ardua del ingeniero de sonido era poner en el lugar exacto un micrófono para que todo se escuchara armónicamente, donde se podía escuchar buena música en la radio, las letras eran sinceras y comunicaban algo y el sabor y la elegancia primaban a la hora de bailar.
Cantar con esta orquesta, es una experiencia mística y sonora que dificilmente puedo expresar con palabras, me llena completamente, hace vibrar cada poro de mi piel, me nacen alas y entonces siento que mi voz ya no sale de mi, que no me pertenece, que vuela muy alto y la dirige Lucho desde el cielo.
María Mulata.