En enero de 1949 los lectores de Semana, revista fundada por Alberto Lleras Camargo y dirigida por Hernando Téllez, se sorprendieron con el tema de la portada. El espacio principal, reservado siempre a estadistas, políticos o intelectuales, estaba ocupado por Luis Eduardo Bermúdez Acosta. Muchos bogotanos no habían oído hablar de él nunca. Otros lo conocían como el maestro Lucho Bermúdez, divulgador de la música costeña. El reportaje afirmaba: "En el interior muchos aseguran que (el porro) es el más bullicioso y algunos que es el más vulgar". Y a renglón seguido lo reconocía como "el más popular de los aires festivos de Colombia".
Esta información fue el primer reconocimiento público de que empezaba a producirse una honda transformación en la cultura popular colombiana. Los aires del interior, que hasta entonces constituían la identidad musical nacional, acusaban el irresistible empuje de los ritmos bailables costeños como nuevo paradigma que convocaba musicalmente a un país donde hasta entonces los tambores se miraban con sospecha y solo se reconocía la dignidad de la música andina de cuerdas y los aires de salón del exterior. Según el cantante Cosme Leal, las orquestas de Bogotá "no se atrevían a tocar un porro o una cumbia porque les daba pena".
Bermúdez había llegado por primera vez a Bogotá en 1944 con su orquesta. Acudía contratado por un club nocturno, y pronto se difundieron en directo sus gaitas, cumbias, porros y mapalés en el programa radial La hora costeña. Muchos bogotanos se escandalizaron y un famoso columnista de EL TIEMPO dijo con desagrado que la música de Bermúdez era "una merienda de negros". Sus oídos estaban acostumbrados al pasillo, el bambuco, la polca y el vals, pero no a los ritmos del litoral. Lo más movido que se agitaba por entonces en la capital era la rumba criolla, una adaptación paramuna del sabor cubano.
Bastaron quince años para que la cumbia y el porro se consagraran como símbolos musicales de Colombia, y quince más para que el vallenato los acompañara en el podio. El mayor responsable de esta honda sustitución de valores fue Lucho Bermúdez, nacido hoy hace cien años en Carmen de Bolívar, uno de los más completos, talentosos y polifacéticos músicos que ha dado el país, intérprete de clarinete, conocedor de la música clásica y del jazz y compositor de toda suerte de aires latinos, desde el bolero y el danzón hasta el torbellino y el tango. En estos días se rinde homenaje en diversos escenarios al inolvidable "maestrísimo" -como lo llamaba su colega Álvaro Dalmar-, cuyas principales obras han animado las fiestas de varias generaciones: Carmen de Bolívar, San Fernando, Borrachera, Tolú, Prende la vela, Te busco, Salsipuedes, Danza negra, Colombia, tierra querida...
Sería injusto, sin embargo, no mencionar otras figuras que con sus orquestas o sus obras contribuyeron a elevar al nivel de identidad nacional la música que en un principio solo representaba una región: en primer lugar Pacho Galán, pero también Luis Carlos Meyer, Alex Tovar, Crescencio Salcedo, José Barros, José María Peñaranda, Rafael Escalona, Rafael Campo Miranda, Julio Bovea y muchos otros.
¿Qué fenómeno provocó el cambio? El crítico José Vicente Contreras sostiene que Bermúdez "vistió de frac la música costeña", al adaptar a instrumentos orquestales los aires de bandas y conjuntos callejeros. José Portaccio, biógrafo del maestro, señala que enriqueció los ritmos costeños "sin que perdieran autenticidad".
Lucho Bermúdez falleció en Bogotá en abril de 1994. Pero su música está cada vez más viva, como lo demuestran las celebraciones de su centenario.
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