miércoles, 30 de noviembre de 2011

Calixto Ochoa se encuentra enfermo

Calixto Ochoa  
 

El autor de 'Los sabanales', estuvo cerca de la muerte. EL TIEMPO reconstruye su historia.
Camisa amarilla de lino de olán, bordada a máquina; boina negra, gafas Ray Ban oscuras y un reloj de oro en su muñeca izquierda. Ahí está el maestro Calixto, en una mecedora negra.

Se le ve esplendoroso y muy distinto a aquel que pasó 15 días en cuidados intensivos hace 22 meses y salió con el 'pellejo' pegado a los huesos, pidiendo comida fuerte, y por cuya vida ningún dictamen médico daba un centavo.

La diabetes, que degeneró en insuficiencia renal y que, a su vez, comprometió varios órganos, lo tuvo al borde de la muerte. Aunque quedan secuelas, como la imposibilidad de caminar sin ayuda y la 'enredapita' para hablar, hoy goza de una serena vitalidad que le permite, al menos, ver el sol sabanero todos los días.

-¿Está en un 70 por ciento, maestro?

-No creo, estoy como en un 50, pero puedo comer lo que quiera.

Lo dice después de haber salido de la diálisis peritoneal que a diario le practican y que lo deja con un humor poco recomendable, que solo lo sabe lidiar Dulzaide Bermúdez, su compañera desde hace más de 20 años.

A ella le atribuyen la admirable recuperación de Ochoa. Como tiene bajas las defensas, nadie que tenga asomo de gripa puede ingresar a la casona del barrio Las Terrazas, de Sincelejo, donde residen, y si lo hace, debe llevar tapabocas para evitar el contagio.
Dulzaide le tiene una enfermera que lo cuida día y noche; no lo saca a la calle, a menos que sea para ir al médico o a una invitación a la que Calixto quiera ir; le da la comida que se le antoje (sin exceder la dieta), lo consiente como si fuera un niño, le soba la cabeza cuando lo nota disgustado y, lo que más le gusta, le habla por horas y horas de su pasado y sus mujeres. Es, según ella, como si se tomara varias pócimas de vitalidad. De un hombre que apenas balbuceaba, pasó a ser otro que ya se atreve a tararear las letras de algunas de sus canciones.

El cantor de Valencia
Calixto Antonio Ochoa Campo nació el 14 de agosto de 1934, en Valencia de Jesús, corregimiento de Valledupar, hermoso pueblo que es famoso por su devoción a Jesús de Nazareno y por los ornamentos del altar de la iglesia que un cura se quiso robar, y que Calixto consagró en un paseo.

Una prima suya, Josefa Bolaños, recuerda que hasta los 19 años su vida estuvo inmersa en los corrales de ganado, en los pastizales y arroyos que nacen en la sierra nevada, y trabajó como becerrero (el que amarra el ternero a la pata de la vaca, para que la puedan ordeñar) en la finca de Lucas Monsalvo.

En las labores de monte -ordeñador, machetero, amansador de bestias, entre otras-, Calixto acompañaba a sus hermanos mayores Rafael y Juan Ochoa, que ya tocaban el acordeón en Valencia de Jesús y los pueblos vecinos, y eran respetados.
Milciades Rodríguez Ebrath, de 73 años, otro primo de Calixto, de los que le quedan en Valencia, asegura que su influencia musical no le viene de los Campo, de Santa Marta, como se ha dicho, sino de estos dos hermanos.

Durante la jornada de trabajo, Rafael y Juan dejaban el acordeón en el rancho que él cuidaba y, de tarde, a escondidas, él empezaba a sacarle notas. Hasta que llegó el día en que su hermano Rafael lo pilló y lo obligó a tocar delante de todo el mundo.
Fue su bautizo musical. Tocó los versos de El amor amor y El palo de divi-divi, de Chico Bolaños, y de ahí en adelante dijo que sus manos no habían nacido para becerrero ni para tirar machete.

Pero le tocó seguir hasta que a su mente le vinieron sus primeros versos: El plan de Salas, un son dedicado a su hermano Rafael.
Ya con alguna destreza para el acordeón de dos hileras, Calixto encontró la nueva forma de ganarse la vida en una compañía errante de titiriteros que llegó a Valencia de Jesús. Calixto no dudó un segundo en aceptar el ofrecimiento, por una razón: nadie lo podía ver, porque ejecutaba el acordeón detrás del telón. Con los 'maromeros', viajó por toda la zona. Ya sabía ejecutar La cumbia sampuesana, de Joaquín Bettín, La cumbia cienaguera, y La lotería de Bolívar, estas dos últimas de Luis Enrique Martínez.

En una de sus correrías, conoció en Aguas Blancas a Carmen Maestre, una hermosa jovencita de Pueblo Bello, que no llegaba a los 15. En menos de una semana, la había convencido y se la llevó para Valencia una noche de luna llena, a lomos de una burra que alquiló en Aguas Blancas.

Antes de cumplirse un mes, ya Calixto y Carmen se estaban casando y, un mes más tarde, armaba corotos para iniciar la vida de errabundo que escogió para sostener a su mujer, a la que dejó en casa de su madre. Las consecuencias de esta decisión fueron dos: en menos de seis meses su esposa se había marchado con otro, y también conoció la música y la hospitalidad de 'los bajeros' (sabaneros), de las que no pudo escapar jamás.

Fue 'Nola' Maestre, un consumado músico, quien una noche de parranda le dijo: "Vamos para tierra baja, que allá se mueve mucho la música". Así fue. Llamaron a José 'Chu' Castrillón para completar el grupo y, tras un breve paso por Barranquilla, llegaron al centro musical de las sabanas del Viejo Bolívar: San Jacinto.

Para Calixto, que no se conformaba con las notas repetidas de sus coterráneos, llegar a la tierra de la gaita y el porro fue de una emotividad suprema: "Vi cantar muchas veces a Toño Fernández y sus gaiteros, que tenían unos sones muy pegajosos. También conocí al maestro Caro, que dirigía una banda de viento; a varios boleristas que me enseñaron canciones como Cosas como tú, y conocí de primera mano algunas cumbias de mi compadre Andrés Landero".

En San Jacinto, Calixto vivió casi un año, y de allí partió para El Carmen de Bolívar. Después de recorrer casi toda la tierra baja, Calixto llegó a Sincelejo de la mano del ganadero Rafael Morales. Conoció a César Castro y juntos hicieron varios trabajos en el sello ECO, de Cartagena, en el que grabó Lirio rojo y La sobrina de mi compadre, su primer trabajo discográfico.

Gran parte de sus éxitos los logró Calixto con Los Corraleros, que fundó en 1961 con Castro, a pedido de Antonio Fuentes, quien le dijo que conformara un grupo para contrarrestar el éxito de Aníbal Velásquez. Calixto llamó a los mejores músicos de la costa, tanto del acordeón sabanero como del vallenato.

Son alrededor de 1.500 canciones las que integran su repertorio, en más de 20 ritmos, desde el 'raspacanilla' hasta el pasebol, el paseaíto, el fandango, la charanga, entre otros. El africano, Charanga campesina, El calabacito alumbrador, Mata de caña y
Los sabanales son algunos de los éxitos de Calixto que todos los días suenan en las emisoras colombianas.

Lisandro Ortiz, poseedor de la colección completa de Calixto, señala que son 1.123 las canciones grabadas, y 85 más inéditas.

Ochoa le ha compuesto a todo lo que se ve y se toca, desde un avión hasta un calabazo, y a lo que no se ve y no se toca, como el amor y la muerte. Pero refuta la afirmación del periodista Daniel Samper Pizano según la cual es tan versátil que le compuso una canción de amor a una "cuadrúpeda", porque Calixto habla en Los sabanales de "aquel árbol del patio, que es donde tu reposas al calentar el sol".

"No sé quién le habrá dicho eso. Seguro que fue algún mamador de gallo de por aquí. Esa canción la compuse una tarde que me fui para una finca de un ganadero que me contrató en las corralejas de la villa de San Benito y conocí a su hija, que estaba sentada debajo de una ceiba; allí nació esa, que es mi mejor canción", afirma. Y concluye: "A quién se le ocurre que uno va a besar a una burra".

JUAN CARLOS DÍAZ M.

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