jueves, 3 de noviembre de 2011

El gobierno convirtió las protestas en terrorismo, no hay derecho a protestar

La enérgica disposición rige actualmente en municipios de Bolívar, Santander, Cesar, Atlántico, Boyacá, Valle y Cundinamarca. Hace algunos meses, cuando ciertas poblaciones intentaron quemar sus acueductos municipales en el departamento del Magdalena, se habló de tomar idéntica medida.

Claro, porque cada que hay disturbios en la provincia éstos se deben, principalmente, a la desmedida ingesta de alcohol de sus habitantes. (Cuando no, a la influencia directa de guerrillas “infiltradas”). Así las cosas, detrás de episodios de protesta e incendio no hay ninguna racionalidad ni voluntad, los pueblerinos zombis son manipulados cuál títeres por el poder del aguardiente o de las Farc.

Con clásicas fórmulas, que datan del Bogotazo, los noticieros describen las distintas situaciones: “El pueblo histérico quemó”, “la turba enardecida bloqueó”, “el vandalismo destructor amaneció”. Dejando así una sensación de homogeneidad, una idea de que en todas partes —El Carmen de Bolívar, Cómbita, Yumbo o Puerto Wilches— pasó lo mismo. Amenazante, el gobierno central afirma que procesará por terrorismo al que continúe protestando.

Pero, ¿son los disturbios en 50 municipios del territorio nacional una anécdota de borrachos y malos perdedores? A estas alturas deberíamos saber que la vieja hipótesis de salvajismo y pillaje no le hace ningún bien al debate. En primer lugar, no todos los manifestantes usaron los mismos repertorios de protesta, mientras algunas poblaciones salieron a gritar y le prendieron fuego a un par de llantas, otras bloquearon vías con arena y hubo algunas que quemaron edificios públicos. Y, detrás de cada episodio de ira popular, hay una historia compleja y particular.

Hay historias de indignación ante el descubrimiento de un inminente fraude electoral, de hastío con una administración local extremadamente ineficiente, de profunda desconfianza en la registraduría municipal, de pugnas de poder entre bandas criminales, de candidatos con pequeños ejércitos. Y, seguramente, hay también historias de trago y de malos perdedores.

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