Desde luego que hay otros elementos que pesan en la canasta del desarrollo, progreso y modernización de estas sociedades, pero menos cierto no es que hay lastres que las atascan y frenan de manera tal, que cuanto acontece en ellas es un proceso de decadencia y anomia que las lleva paulatinamente a su parálisis e involución.
Es el caso de algunas tradiciones y expresiones culturales que, como la corraleja, han sido rebasadas por la historia y por nuevas formas de expresión que, sin perder su esencia, fisonomía e identidad, son civilizadas, incluyentes, participativas y de amplio espectro popular y aceptación social.
Y, por supuesto, exentas del componente de barbarie que es inherente a la corraleja, en donde hombre, toro y cabalgadura, son víctimas por igual de atroz violencia, sometimiento e indefensión.
Pero no solo muestra la corraleja el paisaje humano decadente del ser como víctima de una tradición ilegítima y nociva, es también esta falsa tradición el más vivo retrato de una deprimida e incipiente economía; de unas relaciones políticas de subordinación, clientelismo y corrupción.
Y de la resistencia que oponen sectores de esta sociedad agraria y vacuna, claramente identificables, a los procesos de modernización de las relaciones y modo de producción imperantes en estos territorios; a las dinámicas económicas transformadoras del capital, la ciencia, la tecnología y la academia, como vectores y catalizadores de primera magnitud en los procesos de cambio de modelo, mentalidad y poderes que requiere con prioridad la sociedad sobre la cual se asienta la falsa tradición y cultura de la corraleja y sus expresiones de barbarie.
No en vano puede señalarse, y coincido con Salomón Kalmanovitz, que en aquellas sociedades en las cuales logra imponerse la modernidad, “la disciplina del capitalismo industrial: previsión, ahorro y rechazo a los aspectos supersticiosos de la religión”, desaparecen los viejos valores y aquellas manifestaciones culturales que los expresan.
Y para muestra, Cataluña, la región más industrializada de España, en la cual la fiesta brava fue prohibida a partir de enero de 2012, gracias a una “alianza progresista” que se impuso a los defensores de los viejos valores, la superstición y el PP.
Valores a los cuales agrego yo, para el caso local y regional de la corraleja, el de la tradición espuria y el de expresión cultural popular, igualmente falsa, sobre el cual cabalgan orondos los que por acá son pares y epígonos de los de allá.
Y es que la corraleja no es más que un lastre histórico, cultural y social, propio de sociedades atrasadas y sojuzgadas por la superstición, la incultura política, el pensamiento agrario y un incipiente desarrollo capitalista modernizante.
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