Una corronchada sin igual, con vallenato, gaitas, décimas poéticas, cuentos mágicos, anécdotas picaras y mamaderas de gallo antológicas, se celebró el sábado en San Jacinto, Bolívar, para elevar un clamor ante la Real Academia de la Lengua.
La autoridad del idioma español concede siete acepciones a la palabra corroncho: aluden a especies de peces toscos y ásperos, conchas de animales, superficies duras y escamosas, arroz pegado en el fondo de la olla o personas torpes. Pero el vocablo es más conocido popularmente por un uso desdeñoso; para referirse en forma despectiva a ciertos costeños, en especial aquellos que llegaban de las zonas rurales a chocar con un mundo desconocido y hostil: la capital.
Es aquí donde tuerce el rabo la puerca. Eso diría un buen corroncho, como el artífice de la corronchada, Hernán Villa, presidente de la Fundación Cultural Corronchismo.
La primera exposición en el evento que organizó, el II Conversatorio sobre Corronchismo y encuentro de narradores orales de historia, propugna por la creación de una nueva ciencia: la Corronchología, ciencia que tratará de las personas originales, auténticas, sinceras, afectuosas y dicharacheras, que en honor a sus costumbres vernáculas propenden por la realización de las cosas sin tanta suntuosidad ni perendengue. Características que suelen emerger cuando cualquiera, sea de donde sea, se enfrenta a la cultura de ciudades más grandes y avanzadas que la de su tierra nativa.
En esencia, esa es la verdadera connotación que ha cobrado hoy la palabra corroncho, de acuerdo con Hernán y los más de 200 curiosos, intelectuales, cuenteros, músicos y periodistas que se congregaron en el Club de Leones de San Jacinto para participar en el Conversatorio.
Y esa connotación, libre de las manchas peyorativas que tuvo en su origen, es la que piden que figure en los diccionarios. “En el inicio fue discriminatorio contra los costeños de estrato bajo, como algo feo y torpe. Pero hay que aclarar que es una expresión cultural del hombre que reconoce su identidad y la defiende, que es natural, espontáneo, que no es pomposo y no rechaza su origen”, dijo José Pereira, otro ideólogo del corronchismo.
“La connotación la de la necesidad de comunicar, y en eso los diccionarios se han quedado cortos”, añadió Hernán. Suena contradictorio, pero argumenta que es una corronchidad que el término de la Real Academia se limite a lo negativo.
Así, se escucharon justificaciones académicas muy serias en torno a un tema ligado a la mamadera de gallo, en consonancia con esa tesis tan defendida en vida por el gramático Luis F. Palencia Carratt: “El corroncho es universal”. Aunque también, anécdotas en consonancia con la corronchería, que la corronchología define como: dícese de una gran acumulación de corronchos.
“El ser corroncho es relativo”, dijo el filósofo sanjacintero Numas Armando Gil. “Todos llevamos un corroncho dentro”, dijo Armando Tapias, director del festival de Gaitas del pueblo de los Montes de María. Ambos explicaron que incluso cuando el citadino va al campo, se comporta como un verdadero corroncho, para ese entorno; se cae de la burra, se resbala. “El corronchismo no es una carencia intelectual, sino una diferencia cultural”, defendió Gil.
Tapias explicó que es un comportamiento legítimo que surge cuando un provinciano arriba a cualquier capital, pero que cuando se sale del país digamos a Estados Unidos, hasta Bogotá se queda como una provincia.
A un lado de la tarima del Club de Leones había unas 5 mesas de billar arrinconadas, y al otro un enorme palo de mango. Había además dos torres de parlantes, por las que se escuchaba el estruendo del vallenato de Héctor Romero y su conjunto, y luego el adolescente Angel Reyes.
El presentador del evento, Jesús Arrieta, se transformaba en cantante. En la esquina, afuera, el narrador oral Alfredo Martelo le echaba un cuento a 15 personas que lo rodeaban, sobre la preocupación del burro cuando se enteró de una frase condenatoria: “con la misma vara que mides, serás medido”. Alguien contó que cuando vio un semáforo por primera vez, en Bogotá, creyó que “estos cachacos si son malos, se quedan en las esquinas pa echa mocho (carreras)”.
El conversatorio comenzó desde las 9 de la mañana. Cerca de la 1 de la tarde se presentó en tarima el reconocido periodista Andrés Salcedo, con una pinta muy común entre la concurrencia: camisa de flores, pulseras y gorra. Aunque llevaba zapatos, y la mayoría estaba en abarcas. Habló del corroncho alemán, y como en su opinión los nativos de ese país son los corronchos por antonomasia. “El corronchismo es una condición humana, presente en cualquier sociedad”.
El evento fue en honor al fallecido escritor David Sánchez Juliao, de quién se leyeron algunos textos. Además se le rindió homenaje a un narrador oral de la región, Miguel “el de Eloy” Brieva. Nacido en 1927, antiguo amigo y compañero creativo de íconos del folclor vallenato como Adolfo Pacheco Anillo y Andrés Landero. Subió a tarima con un bastón, que de pronto se convirtió en una metralleta imaginaria con la que disparó al público, y luego un paraguas. “Ya me dan el pésame de aquí pa’ abajo”, dijo señalándose hacia la cadera.
Hace unos años sufrió un infarto, una trombosis que le dejó paralizada una pierna. Aún así no quería soltar el micrófono, echando cuentos sobre una abuela que se comparaba ante su nieto con un estropajo. ¿Y el palo? Preguntaba el niño –lo tiene tu abuelo en el monte–, respondía ella. El viejo bailó, se subió al pantalón y todos rieron cuando dijo que le tocaría poner a cocinar la placa que le entregarían, para poder almorzar algo. ¿Qué sintió por el homenaje? “Una rasquiña en el jo..”, respondió él, mascando el agua. Más corroncho, imposible.
Por Iván Bernal
San Jacinto.
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