domingo, 8 de mayo de 2011

Hay unos en El Carmen de Bolívar que no celebran el Día de las Madres

Un día como hoy, en el que las familias se reúnen para exaltar la noble e incansable labor de las madres, Dina Luz Padilla Ponce, 30 años, y Dolfay Rodríguez Vasco, 31, fueron acribilladas por sus maridos y, lo que es peor, delante de sus hijos.
Para los cuatro huérfanos que dejaron las dos tragedias, ocurridas con tres horas de diferencia la noche del 11 de mayo de 2008, el Día de la Madre es sinónimo de dolor y sufrimiento. Para ellos ya no existe ninguna fecha especial.
Primer crimen. Cuando apenas tenía siete años, Juan Camilo Moreno Padilla salió corriendo de su casa, en la carrera 16 con calle 54, barrio Las Colonias, Soledad, para buscar ayuda donde su tía Merly, a dos cuadras de allí, porque su padrastro estaba golpeando a su mamá, Dina Luz, con la cacha de un revólver.
Merly recuerda que eran las 7 de la noche. Al llegar a la entrada de la humilde vivienda que su hermana había alquilado 15 días atrás para vivir con quien se convertiría en su asesino, escuchó tres tiros y vio salir a Luis Rafael Moreno, su cuñado, con un arma en la pretina de su pantalón, como acostumbraba a hacerlo por su oficio de cobradiario.
“Pensé — cuenta— que se trataba de otra de las tantas golpizas que ese salvaje le daba a Dina Luz. Entré rápido y la vi desplomada, con la cara ensangrentada, junto a la puerta de su cuarto. Le pregunté por qué se había dejado golpear así, pero no me respondió nada y tampoco se movía”.
Una vecina enfermera fue quien le hizo entender que su hermana estaba muerta, tras ser impactada por tres proyectiles en la frente, el pecho y en un brazo. La macabra escena marcó para toda la vida a su hijo. Tres años después de la tragedia, aún está en tratamiento psicológico y no puede ocultar su tristeza.
Notablemente preocupada, Merly revela que Juan Camilo a veces lanza expresiones como: cuando sea grande voy a matar a los hombres que maltraten a las mujeres. “Después de la pérdida de su mamá, él no volvió a ser el mismo. Ahora es más rebelde y retraído”, dice su tía, quien se hizo cargo de él.
El pequeño, quien por casualidad tiene el mismo apellido que el asesino de su madre, trata de adaptarse a su nueva familia. La idea es que vea a sus primos, Franco, 11 años, y Michelle, 7, como hermanos.
Sobre el homicida se supo que tiene antecedentes penales por hurto a mano armada y piratería terrestre. Fue capturado un mes después del crimen y, según familiares de la víctima, ya fue condenado y actualmente está en una cárcel.
Dina Luz, natural de El Carmen de Bolívar, de donde llegó a sus 18 años en busca de un mejor futuro en la ciudad, conoció a Moreno en el centro de Barranquilla. Allí trabajaba vendiendo cascos y chalecos para motociclistas. Antes de su muerte, tenía solo ocho meses de haber entablado una relación con él.
Su inesperada partida fue tan dolorosa para su mamá, Tomasa Ponce López, 60 años, que 14 meses después de la tragedia murió a causa de un problema cardíaco. La sepultaron en el Cementerio Nuevo de Soledad, al igual que a su hija, la quinta de nueve hermanos.
La muerte de Dolfay. Convencida de que Marlon Bacca era el amor de su vida, Dolfay Rodríguez Vasco decidió apartarse de su familia, residente en 7 de Abril, y se mudó a la urbanización El Tesoro de Malambo.
En un modesto apartamento, donde la sala, comedor y cocina compartían el mismo espacio, la joven se logró acomodar junto con Marlon, hoy preso, y su hijo mayor, Willington Sanmartín, producto de su primer matrimonio.
Fue este mismo niño el único que observó a su padrastro gritarle, pegarle, y dispararle a su mamá en seis oportunidades aquel 11 de mayo de 2008, a eso de las 10 de la noche.
Pese a que han pasado tres años, la familia de Dolfay sigue guardando un luto cerrado. En este hogar, ni la música ni el licor son bienvenidos. Los festejos no existen, ni siquiera en fechas tan especiales como las decembrinas.
Paola Patricia Rodríguez, hermana de la difunta, sostiene que Regina, su mamá, les tiene prohibido hablar del tema. “Para ella es como si hubiese muerto ayer. De la tristeza, no fue al sepelio.
Mi mamá guarda todo lo de ella: televisor, equipo, ropa, vinchas, zapatos y correas. Nada se toca aunque se necesite algo”.
Recuerda que en muchas ocasiones han tratado de deshacerse de todo, pero su madre siempre se opone y regaña enérgicamente a quien intente ingresar al cuarto donde permanecen las pertenencias de Dolfay.
De su sobrino, Paola revela que cambió por completo su modo de ser. El joven Willington, hoy de 16 años, se convirtió en una persona de pocas palabras, muy disciplinado y defensor de los más débiles.
“Es tranquilo —agrega—, pero cuando encuentra cosas de la mamá se pone a llorar. Ha tenido algunos inconvenientes con pandilleros del barrio por defender a un primo suyo a quien han tratado de golpear. Dice que cuando sea mayor quiere ser policía para proteger a las mujeres, de los abusadores”.
Por los líos, Willington se vio obligado a abandonar el colegio, donde cursaba décimo. Lleva dos meses encerrado en su casa por temor. “Lo único que hace es levantar pesas en el patio”, dice Paola.
Para darle una solución a este problema, los abuelos y tíos del menor han decidido enviarlo a Caracas, para que viva al lado de su papá, también llamado Willington. El viaje está planeado para después de que se cumplan los tres años de la muerte de su mamá.
33 feminicidios en dos años
Entre 2009 y 2010, en el departamento del Atlántico se registraron 33 feminicidios, según la fundación Cedesocial, que viene desarrollando una labor, desde hace 13 años, a favor de los derechos de las mujeres. En 2009 se presentaron 9 casos, mientras que en 2010 hubo 24, precisa la entidad, que en sus estudios sobre equidad de género ha venido recogiendo información periodística sobre los crímenes, y ha detectado que en las noticias se hace más énfasis en el agresor que en las víctimas. De acuerdo con los datos recopilados por Cedesocial, la mayoría de los homicidios fueron motivados por celos y cometidos con armas de fuego. La fundación hace parte de la Confluencia de Mujeres del Atlántico, organización que defiende la integridad y dignidad de la mujer.
Análisis

Actualmente, las cifras de mujeres y madres de familia muertas de forma violenta son altas, llegando a ser considerado esto como un problema de la sociedad y por ende de la OMS. Evidentemente, en la vida hay pérdidas que no tienen explicación racional y mucho menos cuando ocurren de manera inesperada y en condiciones fatales. El dolor que provoca para un hijo la pérdida de su madre es demasiado grande y mayor aún su angustia e impotencia al saber las condiciones violentas de la misma generando así sentimientos de injusticia, frustración y rabia que acompañan a los hijos por largo tiempo. Hay que tener en cuenta de que no todo el mundo vive el duelo de la misma manera, mientras algunas personas lo superan con el paso del tiempo, otras continúan viviendo con esa sombra sin salida.
Para cada hijo, el manejo del duelo es algo muy íntimo y no es fácil de superar. Por lo general, cuando suceden estas muertes violentas, los hijos tendemos a preguntarnos: ¿Por qué a mí?, ¿qué he hecho malo en la vida? y ¿cómo haré de aquí en adelante? No es fácil, ni alcanzan las palabras de las personas que nos aprecian y sienten nuestro dolor. Sin embargo, es necesario aprender a manejar el duelo.
Son pruebas en la vida que nos hacen crecer y madurar.
Laurens Hernández es psicóloga y experta en temas de familia. Email: laurenshernandez@hotmail.com
Por Víctor Ovalle Gil
y Kenji Doku

No hay comentarios:

Publicar un comentario