domingo, 8 de mayo de 2011

San Pedro tierra de riquezas y está serca de El Carmen de Bolívar

San Pedro. Se puede decir que aquí comienzan los Montes de María, si subimos hacia el vecino municipio Ovejas, o también donde termina Magangué, Bolívar, si vamos hacia el río Magdalena.

San Pedro dejó de ser una tierra donde se producía tabaco y algodón para convertirse en zona gasífera.

San Pedro es una zona que a pesar de ser afectada por los químicos que se usan en el cultivo del algodón, en algunas veredas aún se conservan la flora y la fauna en forma silvestre, y una buena producción de frutos como la papaya, guayaba, naranja, patilla, melón, pepinillos y mamón.
La fertilidad de su tierra lo hace apto para muchos los cultivos, dándose buenas y abundantes cosechas de yuca, batata, ñame y todas las especies de banano y plátano.
El tabaco
Este cultivo se convirtió hace muchos años en la principal fuente de trabajo. Muchos de sus campesinos se dedicaron a sembrar el llamado "oro negro" y se abrieron varias empresas para comprar y clasificar la hoja, cuyas edificaciones se encuentran en el centro de la población. Una se llama "La Cubana", en la Calle Real, y la otra, "Tabarama", en el parque El Tamarindo.
'Llegó el oro blanco'
Con la caída del negocio del tabaco, llegó el cultivo del algodón o del "oro blanco", tras lo cual a San Pedro se le empezó a conocer nacional e internacionalmente como "La ciudad blanca de Sucre", debido a la cantidad de hectáreas sembradas: más de 35 mil. La mano de obra local no alcanzaba para el mantenimiento de estos cultivos, por lo que mucha gente del departamento de Córdoba se vino a trabajar hasta este municipio.
Sus cosechas tenían como destino Europa, Estados Unidos y el mercado nacional.
La bonanza
La comunidad sampedrense abrió sus puertas a todos aquellos foráneos deseosos de formar parte de esa población flotante que en temporada de cosecha llenaba todos los domingos su único parque, Marcos Fidel Suárez, diagonal a la Alcaldía. Hoy en día llamado Los Fundadores.
Esta situación provocó la llegada de cientos de vendedores que llegaban los domingos bien temprano y se ubicaban desde el Parque El Tamarindo, hoy llamado El Mercadito. Se disparó entonces la construcción de viviendas y se expandió el comercio.
Estas tierras por ser tan fértiles y poco explotadas daban buena producción, amén de que no había ataque de plagas que la dañara. Los cultivadores comenzaron a amasar fortuna y al mismo tiempo a despilfarrarla.
Se vieron vehículos de todas las marcas y colores, y se iban almorzar a Sincelejo. Si una persona veía a otra con una camisa igual a la que vestía no se la ponía más, las mujeres pasaban en los salones de belleza y en época de corralejas desde las avionetas de fumigación "llovían" billetes de todas las denominaciones para que el público los recogiera. Era la época de la gran bonanza algodonera.
Los recolectores, venidos de todas partes del país, los fines de semana malgastaban lo que se ganaban en la zona rosa local, especialmente en los bares Acapulco, La Teka, Bar Sucre, el Foquito Rojo y El Teterto.
Pero como todas las cosas que tienen su inicio, también tienen su final.
Las tierras comenzaron a perder su fertilidad por la mecanización con arados y rastrillos, la recarga de venenos como el metil, la no rotación de cultivos y la aparición de plagas. Entonces la producción comenzó a decaer, las lluvias cambiaron su periodo y cuando el algodonero aplicaba el veneno para controlar las plagas le llovía. Los cultivadores hipotecaron sus casas, carros, fincas, vendieron el ganado, empeñaron las prendas de oro, las cuales se perdían en las casas de empeño, porque nunca hubo forma como recuperarlas.
Comenzó un éxodo desesperado en busca de otras alternativas hacia Sincelejo, Barranquilla, Montería, Cartagena, y otros se fueron hasta para Venezuela.
Lo más grave fue que muchas personas al ver que habían perdido todos sus bienes cayeron en depresión y se suicidaron. Hubo un año en que en la tierra del "oro blanco" se ahorcaron más de 10 personas que habían quedado en la ruina.
Como recuerdo de aquella bonanza solo quedó la desolación de los campos y el empobrecimiento de su fauna y flora, pero que hoy, gracias a Dios, se viene recuperando muy rápidamente

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